Anita cumplió dos días en la clínica. Dos días que – por suerte – no han sido complicados. Estaba deshidratada. Nuestro bebé (digo «nuestro» con O porque cada vez me convenzo más de que va a ser varón. No hay ninguna prueba de ello todavía, pero quiero que sea varón) se está acomodando en su barriga y se mueve mucho, por eso Anita ha tenido náuseas, y ha vomitado mucho.
Ha vomitado tanto que el lunes estoy trabajando y me llama su mamá: «Axel, hola, estamos en la clínica. Anita está bien, solo ha estado vomitando y vinimos a la clínica. La doctora está viendo si la internamos.» A mí se me paran los pelos de la nuca y salgo hecho una bala hacia la clínica. En el camino, Anita me llama y me explica las cosas con más calma: «He vomitado porque el bebé se está moviendo, entonces produce náuseas. Y tanto he vomitado que me deshidraté, así que la doctora quiere ver si me internan para hidratarme. Nada más». Mis pelitos de la nuca dejaron de estar parados.
Dos días en los que uno se siente seguro, en que los doctores o las enfermeras pasan cada cierto tiempo a chequear que todo esté bien. Dos días en los que Anita ha estado recibiendo suero y recuperándose sin problemas.
Esta ha sido una primera señal. Dos semanas complicadas, sobre todo porque somos padres primerizos.
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